COPIAPEGA DE PIJAMASURF
Dolor y sufrimiento a veces
son usados de manera intercambiable, pero haremos aquí una distinción
funcional para desarrollar una hipótesis. Llamaremos dolor a aquellas
sensaciones físicas desagradables que son parte inevitable de la
existencia cotidiana así como también a aquellas emociones negativas o
pensamientos dolorosos que surgen, pero que (en el caso de las emociones
y pensamientos) están ligados a un respuesta corporal inmediata. Por
ejemplo, si una persona querida muere, hay un dolor natural que llamamos
duelo; otro ejemplo, si alguien utiliza un ruidoso taladro cerca de
nosotros, escuchamos una poderosa explosión o vemos un muerto en la
calle, esto probablemente genere ciertas emociones negativas o de alguna
manera perturbadoras, que aquí colocamos dentro de la canasta del dolor
(recordemos que ésta es una distinción meramente funcional, no
lexicográfica).
El sufrimiento lo definiríamos como la fijación del dolor o su reproducción a través de hábitos mentales.
Por ejemplo, si un ser querido muere y seis meses después seguimos
deprimidos, eso sería sufrimiento. Si una construcción empieza a nuestro
lado y horas después no podemos trabajar y estamos obsesionados con el
ruido, eso sería sufrimiento. En el caso de una enfermedad que afecta
seriamente nuestro organismo, la línea se vuelve más difusa (ya que el
dolor y el sufrimiento se retroalimentan en un circuito psicosomático) y
en general es más difícil evitar que el dolor se convierta en
sufrimiento, pero de todas maneras es posible hacer que el dolor no se
convierta en un agregado de sufrimiento mental autoinflingido por rumiar
en la enfermedad o la frustración que produce la enfermedad al estarse
circulando en forma de pensamientos. Un ejemplo, cuando el karmapa anterior (el líder espiritual de budismo kagyu)
estaba enfermo de cáncer, cuando las personas lo iban a visitar y le
preguntaban cómo se sentía, él decía "No enfermo", según cuenta Gyatrul
Rinpoche. No sólo en el caso de una persona con muchos logros en el
control mental y demás, muchas personas ordinarias que tienen una
actitud positiva se enferman pero el dolor no se convierte en
sufrimiento, sino sólo es una experiencia más. Son éstas las personas
que logran salir de una enfermedad con aprendizajes más que heridas o
disfunciones crónicas. De hecho, existen muchas historias muy
interesantes de cómo la enfermedad es el catalizador de una
transformación espiritual donde los individuos descubren los aspectos
esenciales de la vida y de su persona obligados a enfrentarse a su
realidad sin distracciones. En algunos casos es necesario sufrir, justo
para tener una motivación más profunda para querer dejar de sufrir, pero
una vez que se ha entendido esto, es posible vivir todo tipo de
dolores, achaques y contrariedades sin que se produzca mayor
sufrimiento.
Se ha dicho mucho que el el dolor es
inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Yo preferiría decir que no
sufrir es el logro del trabajo del autoconocimiento, la purificación de
la mente y probablemente también de una cierta fe o del cultivo de una
vida plena de significado. No es como si vamos al supermercado de la
mente y elegimos no sufrir; en realidad en el estado en el que estamos
no podemos ejercer esa opción efectivamente, ya que somos víctimas de
nuestros hábitos mentales o de nuestros karmas (los cuales son casi lo
mismo). Es decir, el no sufrimiento no es magia, no es una pastilla que
tomamos (porque la pastilla que tomamos para suprimir el dolor luego se
convierte en sufrimiento al negar los síntomas que se están manifestando
con importante información sobre las causas más profundas de nuestro
malestar). Es por ello que el Buda Shakiamuni diseñó todo un sendero (el
óctuple noble sendero) para conseguir eliminar esta característica tan
enraizada en el mundo en el que vivimos, donde existen inevitablemente
la muerte y la enfermedad (en lo que el budismo llama el samsara).
Asimismo, las diferentes escuelas budistas se han dedicado a adaptar las
enseñanzas del Buda –las cuales son ciertamente universales– a los
contextos particulares, con el fin de proveer un método para hacer que
no reaccionemos de manera violenta al dolor y que lo dejemos que llegue a
su cauce y se desvanezca. La esencia de la filosofía budista, e incluso
también de la medicina tibetana, es el concepto de la impermanencia (anicca).
Sostiene el budismo que todas las cosas están condicionadas a
desaparecer y por lo tanto no hay una razón de peso para reaccionar a
ellas. Esto mismo ocurre también en el organismo, si una sensación
dolorosa surge, uno la percibe y si tiene sentido realizar algún cuidado
médico por supuesto que se realiza, pero si esto no es necesario (y se
prefiere no intervenir si no hay una verdadera necesidad) simplemente se
reconoce la sensación y no se cavila demasiado en su persistencia. Esto
hace que uno no siga alimentando esa sensación corporal que en el
budismo tiene necesariamente un componente mental. Pronto desaparecerá y
lo que es seguro es que desaparecerá antes y perderá su fuerza antes si
no la hacemos grande con nuestra energía obsesiva o apego. Es por ello
que definimos el sufrimiento como fijación: todas las cosas están
moviéndose, circulando, cumpliendo su energía kármica, pero si nos
aferramos a ellas, generamos tensión y bloqueamos su paso, pues no
podrán seguir su curso, por el contrario, se expandirán, como si en vez
de sacarnos una daga, la mantenemos en el cuerpo y la seguimos
enterrando.
Sugiero que existe una especie de
alquimia en el dolor que no se convierte en sufrimiento, especialmente
en la enfermedad y en las circunstancias más difíciles que nos presenta
la vida, basándome en la visión budista del karma. El budismo enseña que
todo lo que somos y que todos los fenómenos que experimentamos son el
resultado de nuestras acciones previas, nuestro karma, el cual es
especialmente cargado, por así decirlo, por la intención o motivación
que le imprimimos a nuestros actos, pensamientos o palabras. De esta
manera es imposible que nos libremos de algo que hemos hecho antes sin
que experimentemos sus efectos (si bien existen técnicas, como por
ejemplo el tantra, que permiten trabajar con estos efectos de manera más
directa y profunda, a veces logrando evitar sus manifestaciones más
negativas). Esto significa que todo dolor y enfermedad que se manifiesta
es una semilla kármica que encuentra su fruición: un acto o una serie
de actos que estaban enterrados en nuestro inconsciente o en lo que el
budismo llama alaya, la conciencia de la base o conciencia
almacén. Bajo cierta perspectiva esto es algo incluso celebrable: está
surgiendo finalmente a la superficie ese pasado que nos tiene
condicionados y nos afecta desde la profundidad, el monstruo se hace
visible (y los monstruos al mostrarse a la luz pierden su poder de
atemorizarnos). Estamos ante una preciosa oportunidad de librarnos de
ese karma, aunque es una oportunidad de riesgo ya que nos coloca en un
estado de relativa debilidad en el cual podemos recaer en una actividad
negativa, al identificarnos con ese dolor-sufrimiento. Es importante no
confundir no identificarse con las sensaciones con bloquear las mismas,
por el contrario, el proceso de no identificación, cuya base es la
noción de la impermanencia, es especialmente adecuado para dejarlas
salir y sentirlas como son, es por ello que a veces las lágrimas son una
forma de alquimia.
El gran maestro budista del siglo XVII, Karma Chagme, escribió que algunos practicantes que viven una vida entregada al dharma
logran hacer que todos sus vicios y oscurecimientos de vidas pasadas
emerjan en esta vida. "Entonces todo el inmenso sufrimiento y la miseria
de otras vidas es purificado al sufrir de enfermedades en ésta". Estas
enfermedades entonces son llamadas "excitaciones del karma". Aquí el
importante detalle es que estas enfermedades deben de sobrellevarse de
tal manera que el individuo se mantenga fiel al dharma o a una vida ética y que mantenga una mente clara, sin indentificarse con el dolor.
Hay que mencionar que en el caso de algunos seres con grandes méritos, según dice la tradición budista, particularmente el mahayana, las enfermedades pueden llegar a ser incluso formas de expiación compasiva con las que un bodhisattva
o un gran santo absorbe las penas de los demás, simplemente porque está
libre de apego y para él esas enfermedades no trastornan o modifican su
conciencia, ni le hacen perder la ecuanimidad. Asimismo, también es
concebible que ciertos seres especialmente calificados absorban las
penas del mundo, de ciertos lugares o grupos, en una especie de alquimia
del karma colectivo.
Por otro lado también se pueden
presentar procesos que a veces son descritos en la literatura de la
medicina alternativa como "crisis curativas". Esto mismo es reportado en
las prácticas tántricas del vajrayana, donde al trabajar con
el karma y el oscurecimiento de la mente surgen ciertas aflicciones.
Karma Chagme dice que "justamente como limpiar la cañería hace que
emerja suciedad, así también ocurre al excitar el karma al purificar los
oscurecimientos".
Esto al menos nos debe de dar una
perspectiva diferente para enfrentar el dolor, sin que se tenga que ser
budista practicante o de alguna otra religión o creencia. Simplemente la
paciencia de la enfermedad, que es una especie de ciencia de la no
reactividad, sabiduría de dejar que las cosas fluyan a través de
nosotros y encuentren buen puerto. Creo que hay una alquimia en
experimentar el dolor que ocurre como parte de la condición mundana y no
adherirnos a él. Esto por una parte nos hace más sabios, nos permite
entender la impermanencia desde la experiencia íntima y, por otro lado,
si creemos en la idea del karma (la cual no es budista, sino que existe
en todas las tradiciones religiosas de la India y en otras religiones y
filosofías con otro nombre), entonces el dolor es una especie de punto
crítico que ocurre en el laboratorio alquímico de nuestro cuerpo, en el
que estamos purificando al fuego de nuestro cuerpo-mente, que al final
de cuentas es la materia prima de la piedra filosofal. Si mantenemos la
ligereza ante el dolor, estaremos haciendo un aliado del elemento
viento, el vehículo del espíritu, y tendremos la capacidad de enfrentar
todo tipo de adversidades sin que tengan efectos significativos en
nosotros. Nos estaremos volviendo livianos como el viento y
transparentes como el cielo. Incluso podríamos decir que el dolor sin
sufrimiento es ya una probada de la iluminación.
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